sábado, 25 de agosto de 2012


CULTURA VOCACIONAL 

     Hace unos días, en el encuentro semanal de catequesis, mientras leía un fragmento del capítulo cuarto del Génesis, en el que Dios establece un diálogo con Caín, me interrumpió una de las niñas diciéndome: Hna. ¿ por qué Dios no nos habla ahora como hablaba con los hombres en el Antiguo Testamento?.  Es curioso, que desde pequeños, con frecuencia experimentamos las mismas dificultades del pueblo de Israel que consideraba a Dios como alguien sordo, inaccesible, distante o que entorpece nuestros planes. ¿Será que su voz ya no es audible o que no es atrayente?.


      ¿Qué sentido tiene la vida si no escuchamos su voz, si Él no nos habla?. Si no percibimos su voz no podemos descubrirnos amados, elegidos, no nos es posible valorar nuestra vida ni la de los demás como un regalo que debe ser entregado y que está sostenido en las manos de Dios.  El grave problema, es la falta de interioridad, nos decía el Papa Juan Pablo II, se nos hace difícil escucharle en este mundo nuestro tan saturado de  ofertas y distractores de todo tipo, sin embargo, El sigue mostrándose como un cercano y  amoroso compañero de camino.


     Para que su llamada constante, don universal, que nos invade, nos seduce y nos transforma,  sea percibida, es preciso gestar una cultura vocacional, es decir un ambiente, una nueva forma de concebir la existencia, la libertad, el amor, el dolor y los demás misterios de la vida, una atmósfera eclesial y social en la que se le ayude a cada persona  a valorar su dignidad y la comprensión de si mismo, que le descentre de si y le haga mirar más allá de sus proyectos, de su autorrealización, para ponerse a la escucha de sus hermanos, solidarizándose con ellos, siendo fiel a su vocación y desarrollando la misión que Dios le ha encomendado para la transformación del mundo.




¿Qué hacer para favorecerla?


     El mejor aporte que podemos hacer a la Iglesia es el testimonio de discípulos alegres, que vivan a profundidad y conscientemente su consagración bautismal. En la medida en que todos ocupemos nuestro lugar en la Iglesia, la comunidad llegará a ser lo que debe ser, todos: obispos, sacerdotes, diáconos, laicos célibes o casados,  viudos, enfermos, religiosos y religiosas, somos responsables del fomento y cuidado de las vocaciones, es una compromiso grande que supone promover una constante actitud orante en la comunidad cristiana, una adecuada sensibilización, en nuestras iglesias particulares, empezando por los sacerdotes, pasando por la coordinación con las otras pastorales , ofreciendo un testimonio de colaboración y aprecio mutuo entre todos los agentes, quienes además deben capacitarse para descubrir y valorar su propia vocación y la de los demás, tomando en cuenta la diversidad, la diferenciación y la complementariedad de todas las vocaciones, en su origen, en su función, en sus formas de vida y en sus tareas y hacer posible así un acompañamiento que eduque nuestra capacidad de escucha y provoque en los otros el deseo de Dios, de vivir experiencias de fe profundas.


     Nuestra Iglesia salvadoreña necesita generar con urgencia esta cultura vocacional donde se respete la vida, se continúe formando la conciencia a través de los valores, se establezca una pedagogía para implantarlos y se tenga la suficiente voluntad personal para asumirlos.


     “Yo dormía pero no mi corazón  y oí una voz, mi amado estaba a  la puerta, hermana, amada mía …déjame entrar”. Si escuchamos hoy su voz, como la esposa del Cantar de los Cantares 5,2, no dudemos en abrir la puerta, no le hagamos esperar más.

Hna. Carmen Vargas, CM











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