CULTURA
VOCACIONAL
Hace unos días, en el encuentro
semanal de catequesis, mientras leía un fragmento del capítulo cuarto del Génesis,
en el que Dios establece un diálogo con Caín, me interrumpió una de las niñas
diciéndome: Hna. ¿ por qué Dios no nos habla ahora como hablaba con los hombres
en el Antiguo Testamento?. Es curioso,
que desde pequeños, con frecuencia experimentamos las mismas dificultades del
pueblo de Israel que consideraba a Dios como alguien sordo,
inaccesible, distante o que entorpece nuestros planes. ¿Será que su voz ya no
es audible o que no es atrayente?.
¿Qué
sentido tiene la vida si no escuchamos su voz, si Él no nos habla?. Si no
percibimos su voz no podemos descubrirnos amados, elegidos, no nos es posible valorar
nuestra vida ni la de los demás como un regalo que debe ser entregado y que
está sostenido en las manos de Dios. El grave
problema, es la falta de interioridad, nos decía el Papa Juan Pablo II, se nos
hace difícil escucharle en este mundo nuestro tan saturado de ofertas y distractores de todo tipo, sin
embargo, El sigue mostrándose como un cercano y amoroso compañero de camino.
Para
que su llamada constante, don universal, que nos invade, nos seduce y
nos transforma, sea percibida, es preciso
gestar una cultura vocacional, es
decir un ambiente, una nueva forma de concebir la existencia, la libertad, el
amor, el dolor y los demás misterios de la vida, una atmósfera eclesial y
social en la que se le ayude a cada persona a valorar su dignidad y la comprensión de si
mismo, que le descentre de si y le haga mirar más allá de sus proyectos, de su
autorrealización, para ponerse a la escucha de sus hermanos, solidarizándose
con ellos, siendo fiel a su vocación y desarrollando la misión que Dios le ha
encomendado para la transformación del mundo.
¿Qué hacer para favorecerla?
El mejor aporte que podemos hacer a la
Iglesia es el testimonio de discípulos alegres, que vivan a profundidad
y conscientemente su consagración bautismal. En la medida en que todos ocupemos
nuestro lugar en la Iglesia, la comunidad llegará a ser lo que debe ser, todos:
obispos, sacerdotes, diáconos, laicos célibes o casados, viudos, enfermos, religiosos y religiosas, somos
responsables del fomento y cuidado de las vocaciones, es una compromiso grande
que supone promover una constante actitud orante en la comunidad cristiana, una
adecuada sensibilización, en nuestras iglesias particulares, empezando por los
sacerdotes, pasando por la coordinación con las otras pastorales , ofreciendo un
testimonio de colaboración y aprecio mutuo entre todos los agentes, quienes
además deben capacitarse para descubrir y valorar su propia vocación y la de
los demás, tomando en cuenta la diversidad, la diferenciación y la complementariedad
de todas las vocaciones, en su origen, en su función, en sus formas de vida y
en sus tareas y hacer posible así un acompañamiento que eduque nuestra
capacidad de escucha y provoque en los otros el deseo de Dios, de vivir
experiencias de fe profundas.
Nuestra Iglesia salvadoreña necesita generar
con urgencia esta cultura vocacional donde se respete la vida, se continúe
formando la conciencia a través de los valores, se establezca una pedagogía
para implantarlos y se tenga la suficiente voluntad personal para asumirlos.
“Yo
dormía pero no mi corazón y oí una voz,
mi amado estaba a la puerta, hermana,
amada mía …déjame entrar”. Si escuchamos hoy su voz, como la esposa
del Cantar de los Cantares 5,2, no dudemos en abrir la puerta, no le hagamos
esperar más.
Hna. Carmen Vargas, CM
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